POR VALENTÍN BUSTOS
Un terrateniente afincado en Puerto Real (Cádiz), de nombre José Díaz Imbrecht, tuvo en 1829 la
feliz idea de construir un ferrocarril entre Jerez de la Frontera y el Muelle del Portal.
Jerez de la Frontera-Sanlúcar de Barrameda. Su proyecto cayó como un castillo de naipes.
Sin embargo, en la próspera Cuba, por aquel entonces provincia española,
lo que no faltaba era el vil metal. Fueron los empresarios de la boyante industria azucarera
quienes financiaron el recorrido de 50 kilómetros entre La Habana y Güimes.
Las obras comenzaron en 1835 y, dos años después, en concreto el 10 de noviembre de 1837,
el gobernador de Cuba, general Miguel Tancón, inauguró un tramo de 28 kilómetros entre la capital y
Bejucal. ¿Su fin? Transportar el ‘oro’ de la región, la caña de azúcar.
Pero los infundios no frenaron el progreso del ferrocarril. De los 400 kilómetros
de vía férrea que había en 1855, se pasó a 15.000 kilómetros en los albores del siglo XX.
La crisis económica de los años treinta y la Guerra Civil provocaron la ruina de las diferentes
compañías privadas, lo que desencadenó el nacimiento de Renfe en 1941.
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