DE SEVILLA A CÁDIZ: VIAJANDO EN EL PRIMER FERROCARRIL
Capítulo 3 de 4: DE UTRERA A JEREZ DE LA FRONTERA
Un viajero dejó olvidada su guía del ferrocarril y podemos examinarla tranquilamente, ya que el paisaje que se va descubriendo no tiene novedades comparado con el que ha quedado atrás. A la derecha se ven grandes llanuras y a la izquierda la campiña alta, con onduladas serranías en el límite del horizonte en las que se columbran los blancos pueblecitos. Esta guía va a ser nuestra salvación en estas fuertes horas de la tarde en que el sopor pesa arruga nuestros párpados, mientras que el movimiento y el ruido del tren convidan al sueño.
El libro de la guía es precioso, hasta entonces no se había hecho otro su igual en España. Buen papel, buena impresión, bien encuadernado a la holandesa; y por si todo esto fuera poco, unas preciosas litografías de dibujos de L. Mariani y de L. Jiménez alegran el volumen de más de 300 páginas, poniendo a la vista del curioso pueblos, paisajes y monumentos por donde el tren pasa buscando siempre un más allá.
Con la gula en la mano no hay que preguntar al compañero de viaje dónde acabamos de parar. Se trata de una estación humilde, en la que el tren se detiene solo unos minutos y en la que apenas si hay movimiento, corresponde a la villa de Las Cabezas de San Juan, es una población, cuando el ferrocarril pasa por ella al inaugurarse, de 1600 vecinos y 850 casas, con seis molinos da aceite y no más lagares.
Desde Las Cabezas apenas si tenemos tiempo de leer las páginas que el autor de la guía dedica a Lebrija, población antiquísima, diseminada sobre colinas, de feraces campos y de cielo sereno y despejado. Desde el tren divisamos la ciudad en la que señorea, como el ciprés entre las menudas cañas, la esbelta torre de su iglesia mayor.
Población rica por la feracidad de su extenso y variado término; produce más de 20.000 arrobas de mosto, que consume Jerez. Los obreros lebrijanos trabajan admirablemente las vides y los vinos; por esto el flamante ferrocarril los lleva y los trae diariamente a las viñas y bodegas jerezanas, donde alcanzan jornales fabulosos de cuarenta reales diarios.
En la estación se apilan gran cantidad de cántaros, grandes y pequeños, que adquieren los viajeros y que es una de las industrias típicas de la tierra. Por un real hemos comprado nuestro cantaríto, lleno del agua del fontanal, para apagar las abrasadas fauces.
Las siete leguas mal contadas que separan Lebrija de Jerez se nos han ido en un santiamén, gracias a la lectura. Apenas si nos asomamos a la ventanilla para ver la estación de El Cuervo, la antigua casa de postas; venta donde es fama que Diego Corrientes buscó amparo en más de una ocasión.
A Jerez lo anuncian la riqueza de sus alrededores, y coma dice la guía que tenemos ante los ojos, "parece una sultana recostada en un lecho de flores y esmeraldas". ¡Qué pagos los de Jerez! ¡Qué viñas! ¡Qué casas de placer y de labor lo circundan!
Poco antes de llegar y cuando el tren se desliza por la feraz llanura, un jerezano, que subió al tren en Utrera, nos habla de la extensión de su término, tal vez el mayor de Andalucía, de setenta leguas de circunferencia. Asombra, y lo creeríamos andaluzada de este jerezano, lo que producen sus campos: "un millón quinientas mil arrobas de vino, seiscientas mil fanegas de trigo, setenta mil de cebada, cincuenta mil de garbanzos, cincuenta mil de habas y seis mil arrobas de aceite".
Al llegar a Jerez los viajaros saltan a la estación, sin duda la mejor de la línea férrea, para reparar fuerzas en la cantina, donde se ofrecen los famosos vinos de renombre universal. Hay gran variedad de botellas y redomas. El tren, a más de la larga parada reglamentaria, esperará más aún al que viene de Cádiz con notable retraso.
Dudamos si entrar o no en la población, porque el calor agobia y hace un sol de justicia. Desde la puerta de la estación se percibe el rumbo y señorío de sus vecinos. Vemos pasar lujosos coches; jinetes con airosos caballos, sin duda procedentes de los famosos de la Cartuja; y distinguimos los edificios de las bodegas y hasta nos creemos que olfateamos los deliciosos vinos.
Queramos o no queramos, y a pesar del calor, bebemos unas copas de Jerez, dando de lado a los refrescos de zarzaparrilla, corteza de cidra y a tos esponjados con anís que se nos ofrecen, tentadores, con su frescor incitante.
Volvemos al tren y nos acogemos al refugio de la guía. Leemos páginas y páginas... "Jerez tiene 52158 almas, 45 plazas, 266 calles…"
Nuestros párpados van cerrándose; apenas si nos enteramos ya de la lectura. La ciudad cuenta con varios bancos y establecimientos de crédito, que pregonan la actividad mercantil que la hacen "uno de los primeros centros del comercio europeo..."
Las copitas de Jerez nos van amodorrando; sentimos que el sueño va a embargarnos de un momento a otro. En el vagón todos duermen la siesta anticipada. Una tabla de estadística acabará por dormirnos: Jerez ha enviado a les países extranjeros, en el año de 1863, 1.1101.811 arrobas de vino; a Londres, 786.910; a San Petersbourgo. 8.089; a Nueva York, 6.080; a... Sentimos que la guía se cae de nuestras manos, no sabemos si del asombro de tan rico comercio o de la laxitud precursora del sueño, y no tenemos decisión para recogerla. Nuestros ojos se han cerrado y dormimos por el Jerez, soñando en Jerez.
FOTO: Estación de Ferrocarril de Jerez de la Frontera. Litografía de L. Mariani. publicada en la "Guía del Viajero por el ferro-carril de Sevilla a Cádiz", de Antón Rodríguez. Sevilla: Lit. de las Novedades, 1864.
FUENTE: ABC de Sevilla. Santiago Montoto.
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