“Venimos en el tren de la costa, un tren de juguete único en el mundo, que permite al viajero que vaya en cabeza apearse tranquilamente, escoger cualquier sabroso fruto de los que afloran a ambos lados de la vía y volverse a subir por la cola sin que el renqueante artefacto haya aminorado su pintoresca marcha.”
Así inicia “El Quinqui” un inspirado artículo dedicado a nuestra Villa bajo el título de “Pocas Líneas”, aparecido en la revista “Rota” del año 1936, en el que abundan sabrosas referencias a este tren y a su vieja locomotora o “cuerdomotora”, con su resoplar asmático y su marcha cansina, tan peculiares y conocidas en nuestra Villa y lugares cercanos.
Lo que quizás no sea ya tan conocido a propios y extraños es que esta línea, hoy cerrada en nombre de la rentabilidad y de la modernización, estuvo a punto de convertirse en la pionera del ferrocarril en España.
Es de sobra conocido que la primera línea férrea inaugurada en nuestro País fue la Barcelona-Mataró en 1848. Pocos saben no obstante que para aquel entonces el proyecto original de la línea Jerez-El Puerto de Santa Maria-Rota-Sanlúcar yacía olvidado en un cajón desde hacía ya dieciocho años, a tan sólo cinco de que el primer tren circulara en Inglaterra y a dos en Francia.
Este proyecto respondía al igual que otros, a razones económicas y comerciales muy localizadas.
En concreto la línea Jerez-Rota no tenía, según sus promotores, otro objeto que el permitir el embarque en el muelle de nuestra villa los vinos jerezanos, que viajarían en tránsito hacia el puerto de Cádiz para su exportación, especialmente a Inglaterra, país muy relacionado con la industria bodeguera jerezana y pionero en la implantación de este medio de transporte.
No obstante, desde que en 1830i se concede a don Marcelino Calero y Portocarrero la
construcción de este ferrocarril hasta su conclusión en 1893, el proyecto pasaría por diversas alternativas, a lo largo de las cuales el muelle de embarque, situado inicialmente en Rota, cambia de posición al compás de los intereses de los accionistas.
Precedente de este proyecto fue el presentado por el comerciante gaditano don José Díez Imbrechts en 1829 para construir “un carril de hierro desde Jerez a El Portal o muelle sobre el Guadalete” orientado a los fines ya indicados.
Para ello formó sociedad con el expresado don Marcelino Calero, si bien el señor Díez Inbrechts abandonaría en breve el proyecto ante la falta de recursos económicos, cediendo sus derechos al señor Calero, el cual obtendría en 1830 nueva concesión para un trazado más ambicioso: una línea que uniese Jerez con Sanlúcar de Barrameda, pasando por El Puerto de Santa María y Rota, pero el capital privado y los Ayuntamientos se mostraron retraídos ante la invitación a participar económicamente en este proyecto, caducando la concesión en 1838 sin haberse iniciado los trabajos.
No fue, pues, hasta 1893ii cuando una compañía de capital belga tomó a su cargo la construcción y explotación de la línea Puerto Santa Maria-Rota-Chipiona-Sanlúcar de Barrameda, instalando un pequeño tren, casi un juguete a decir de los que lo conocieron, compuesto por la máquina y tres vagones, dos para viajeros y otro para mercancías, con alumbrado de aceite, y que alcanzaba una velocidad media de unos veinte kilómetros a la hora, cuyo andar cansino proporcionaba al viajero una ocasión incomparable de disfrutar en toda su plenitud de las bellezas naturales que ofrecía este panorama de bahía gaditana, con Rota acercándose mientras el tren discurría por entre los pinares del Chorrillo, dejando entrever la ensenada de nuestro puerto y la deslumbrante blancura de las casas roteñas, mientras Cádiz a lo lejos descansaba, levemente esfumado, sobre el horizonte.
Con el paso de los años, mientras cambiaba repetidamente de manos, se quiso también modernizar esta línea sustituyendo la máquina de vapor por automotores y vagones motorizados (ferrobús), con lo que, si bien ganó en eficacia y velocidad, vino a perder gran parte de su encanto anacrónico, hasta que fue cerrada definitivamente por no ser rentable.
A pesar de ello y de los años transcurridos son muchos los roteños que guardan un recuerdo muy entrañable a su viejo tren, único medio de transporte interurbano colectivo antes de la llegada del autobús, cuya máquina chirriante y caduca permitía, con el sobresalto de algún que otro descarrilamiento y entre vaivenes y crujidos de sus viejas maderas disfrutar del paisaje, sestear y soñar, así como de la practica del “tren-stop”, por más que algunos impacientes propusieran ayudar a su vieja locomotora empujando el vagón de cola para que rindiese viaje cuanto antes.
José A. Martínez Ramos.
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